miércoles, 23 de julio de 2008

En la torre obscura

Me ha dicho el centinela que a veces pasan sombras por delante de la puerta.
Ya no le asustan, incluso las reconoce.
"Son alimañas", le he dicho, en un intento de mantener la calma.
"Sí, alimañas, pero de las que no te imaginas", ha contestado.
"Conejillos o tal vez algún perro abandonado, no?", he continuado para tranquilizarme, sin atreverme a preguntar lo que sabe. Pero no me ha hecho falta.
"Sí, de medio metro a metro ochenta", y ha sonreído, "pero no son peligrosos, a veces me he atrevido a salir e increparlos, se paran delante de la puerta y se quedan mirando".
Me he debido poner muy seria, "No se te ocurra invitarlos a entrar, por lo que más quieras", le he dicho.
Y entonces él también se ha puesto serio.
"No, ni se me ocurre", ha mirado un poco por encima de su hombro y luego en un susurro ha añadido, "al mal no hay que invitarlo nunca".
Un esaclofrío me ha recorrido, y no he dicho nada.
"Creo que están rondando desde que derrumbaron la antigua atalaya, vete tú a saber lo que ocurría aquí hace sólo cien años".
O menos, he pensado... y he pensado en la corriente obscura nocturna. Hoy encenderé apagaré las luces mientras paso de una estancia a otra mirando atrás y conteniendo el aliento....

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