Aquí estoy de nuevo.
Quieta. Inmóvil.
En el borde.
Mirando la negrura que se extiende a mis pies.
Conteniendo el aliento.
Las gotas de sudor resbalan por mi espalda.
Respiro y contengo de nuevo el aliento. Delante de mí solo hay obscuridad.
Tengo miedo. Miedo del que paraliza. No me atrevo a dar el paso.
Y caer en el abismo.
Si fuera faro alumbraría donde están todas las guerras
Para que todo el mundo mirase sin apartar la mirada de nuestra propia vergüenza.
Si fuera faro gritaría desnuda desde la niebla
Para que nadie más se rompiera vagando sin esperanza.
Si yo fuera faro llevaría luz a todas las almas que viven a obscuras
Para que nadie penara viviendo una vida que no debería ser la suya.
Ay, si yo fuera faro.
Algo que conecta la realidad a bajo nivel.
Que raspa. Que es obscuro y duro. Que soporta todo lo demás. Que es la base de todo. Que se ha ido infiltrando en los resquicios y lo ha ido invadiendo todo. La obscuridad que ha ganado terreno venciendo nuestra voluntad. Mientras pensábamos confiados que eso no podía ocurrir.
Que grita y clama y dice que todo está construido sobre dolor y un sufrimiento intenso que ni siquiera podemos imaginar desde nuestra posición predominante. Que retuerce los hilos de la realidad.
De lo que no somos conscientes pero, por más que no queramos reconocerlo, subyace sobre todo lo que existe.
Algo que nos conecta de forma impredecible. Algo que sustenta todo lo que existe y que no nos atrevemos a mirar. Algo de lo que somos cómplices inocentes. Algo de lo que si admitiéramos su existencia, nos haría caer de rodillas y gritar hasta quedar sin aliento.
Ese Algo.
No te dicen que la sabiduría se gana a golpe de cincel.
Que cada cosa que aprendes te la graba la vida sobre tu carácter.
Que no se puede ser sabia y permanecer indemne.
Que duele, la maldita.
Las veo.
Hermosas, magníficas, recortadas contra la luz naranja. Cómo siluetas planas.
Las veo cuando saludan a la mañana.
Las veo desde mi sombra. Ajenas. Ensimismadas. Dan una vuelta contra reloj y luego extienden sus alas.
Ellas no lo saben pero oculta en la obscuridad, abrazando mi propia luz, las amo en su ignorancia.
Las veo venir buscando los primeros resquicios de luz y se posan en sus atalayas.
Mientras la luz se vuelve roja y luego naranja se iluminan y extienden sus alas blancas y negras.
Giran exponiendo su cuerpo y se estiran vigilantes del orden cósmico.
Cuando el Sol es ya un círculo fulgurante achatado por la refracción de la atmósfera, se yerguen y abandonan sus atalayas dando la espalda al espectáculo único del amanecer.
No puedo saberlo pero las imagino satisfechas mientras vuelan hacia la mañana.
Un día más han custodiado el milagro del sol naciente.
Un día más el orden cósmico se mantiene.
Hoy es el día que podría volver a escribir.
Tengo muchas cosas que decir pero las palabras permanecen esquivas.
Mi corazón está lleno y vuelvo a ser yo de nuevo. Despierto a la luz apoyándome el los hombros de buenos amigos que me sostienen como si nunca me hubieran visto vacilar.
Ni caer.
